quarta-feira, 27 de julho de 2011

Amy Winehouse, almas delirantes

Amy Winehouse, almas delirantes

25 Julio 2011 Haga un comentario
amy_winehouse_its_my_party1Impresionante, demoledor. Una profecía funesta, o lo que es lo mismo, una predicción magnífica. Amy Winehouse se marchó de este mundo con apenas 27 años. Y de paso nos ha señalado, claramente, dónde queda la salida, el túnel de fuga. Queda, o una vez estuvo, para los que no lo saben, en un apartamento de Camden Square, al norte de Londres.

Entrar allí es entrar a cualquier lugar, resulta obvio que un sitio así no existe, que estamos en presencia de otra de las tantas imposturas de la época, y que Andrew Morris, el supuesto guardaespaldas que encontró a la estrella del soul, ya sin vida, desvanecida e inerme en el rincón de un dormitorio, es solo un inglés intachable, un personaje sobredimensionado, un visible consuelo para nuestras frágiles conciencias.

Nadie encuentra a nadie. Nadie ve las huellas, el rastro que deja otro cuando ese otro, a un precio altísimo, gira las llaves o toca a la puerta para luego detenerse en el umbral, cerciorarse de que nadie esté mirando, y así, en un salto de luz, cruzar la línea definitiva de la inmortalidad. Que cuesta caro, muy caro, y que está sobreestimada, porque no depende de uno, depende de cualquier cosa menos de uno, por eso, a excepción de César y de Napoleón, los que más se aferran a la idea de la gloria son los que menos la consiguen.

La gloria es producto del tedio, una coartada, cierto orden para el caos, o bien, desde la otra orilla, la urdimbre del azar, la fama de los muertos. Que si uno cree en ese tipo de cosas quizás le pueda servir de mucho, pero que si uno no cree, entonces ya no le sirve de nada.

La fama de los muertos, para bien o para mal, se torna persistente, exprime a los débiles, los desconsuela, y se fija, con recias vueltas de tuerca, en la blanda memoria de los hombres. La fama de los vivos, a su vez, es poca cosa, uno debiera reírse de la fama de los vivos, del estrellato del último político, o del último farsante del pop, o del último Mesías desvariado e incontinente -estirpe Harold Camping- que aparece en escena.

Para Shakespeare, según Borges (ambos muertos famosos), la fama de los vivos se parece a las marcas de cigarrillo y a las pompas de jabón. Aunque eso de las marcas de cigarrillo, por estilo, y porque en la época de Isabel I aún no debía existir el mercado, parece más una añadidura borgiana que una sentencia del Bardo de Avon.

Todavía no se sabe de qué murió Amy Winehouse, o sí se sabe, pero no queremos darnos por enterado, pues resulta, debo reconocerlo, demasiado siniestro.

Ahora la prensa, las personas, el mundo, como secuencia avisada de la trama, especulará sobre el suceso. Adicciones: alcohol, drogas, dramas pasionales. Pero, por favor, nadie se engañe, nadie lea titulares, ni persiga explicaciones tan católicas. Sí, católicas.

En 1969, el fundador de los Rolling Stones, Brian Jones, ahogado en la piscina de su granja de Sussex, tras un ataque de asma, abrió una brecha; rasgó, como pocas o como tantas veces en la historia (depende de cómo lo miremos), el velo de la casualidad. La otra explicación del mundo. La que desconocemos, a la que hay que asomarse en compañía de la persona adecuada, asomarse solo por unos minutos y contadas veces en la vida, pero siempre a riesgo de caer. Para mirar al vacío uno debe estar dispuesto a caer. O a quedarse ciego. Si no, no ha mirado nada. Por eso se vuelve imprescindible la persona idónea, para que en pleno descenso nos tome de la cintura, o para que, llegado el caso, funja de lazarillo.

Luego de Jones; Jimmy Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin y Kurt Cobain, estrellas del firmamento musical, murieron también con 27 años. Ya se sabe que las estrellas muertas duran siglos y siglos, miles de décadas, o sea, las estrellas no mueren, solo se detienen. Y esa- parece una idea seductora- es la inmortalidad. Dicho, pues, de manera explícita, Amy Winehouse se detuvo. O la hicieron detenerse. Ella no lo sabía, pero yo sí.
La cantante inglesa, escandalosa y extravagantemente bella, dueña de una voz espléndida y feroz, no conoció, hasta el sábado 23 de julio de 2011, fecha en que cruzó del norte londinense al norte de la historia, a quién le estaba debiendo, o a quién le iba a deber la sobrevida.

Siempre lo he pensado, otros lo han pensado antes, es una idea vieja, y pensar algo así se me antoja tan adverso como el absurdo, como la verdadera soledad, es decir, la soledad de los condenados a cadena perpetua, de los guardaparques municipales, y de los que perennemente habitan en esa esclusa extrema que es la lucidez.

Hace varios meses leí una crónica, no recuerdo al autor -solo que era periodista, y cubano, por demás-, donde se hablaba de Amy Winehouse. Una crónica exquisita, fechada en el 2009, y que tras comentar el prodigioso talento y la espléndida voz de la artista, se largaba a enumerar sus múltiples vicios, las infinitas celdas de la adicción, para luego decir que tales excesos, tal como ocurrió, y tal como les había ocurrido a sus predecesores, podían menguar tempranamente su existencia.

La crónica es breve, calculada, y cuenta con un cierre contundente. Se menciona a Jones, a Hendrix, a Joplin, a Morrison y a Cobain, y luego el autor concluye más o menos así: “Todos ellos -la coincidencia es espantosamente cierta-, fallecieron con 27 años. Amy Winehouse, ese portento enfermo, ya cumplió 25″. Un final de espanto, pensé cuando lo leí, pero improbable que se cumpla.

Lógicamente, tras el deceso de la última de estas almas delirantes, volví a buscar la crónica. Si la hubiera encontrado, no habría sido más que un dato curioso. Pero la crónica no apareció, se esfumó del Internet, en Internet nada se esfuma, siempre, según dicen, queda un rastro, entonces volví a buscar, y en vano, lo cual despertó, claro está, la posibilidad de que yo nunca hubiera leído algo semejante, de que mi trastocada capacidad de fabulación lo estuviera imaginando, pero esa era una salida demasiado fácil, poco convincente, culpar al olvido, o a su reverso, o a la falta, a la inconsistencia de la memoria, cuando lo cierto fue que yo la leí, la crónica existió, ya no existe, pero existió, igual que el apartamento de Camden Square, al norte de Londres.

Ahora, quizás, algunos fanáticos vayan al lugar del suceso buscando detalles, buscando la puerta o la ventana para una fuga luminosa, pero, ya lo he dicho, no encontrarán absolutamente nada, solo objetos y escenas ordinarias, una cama destendida, una luz palpitante, almohadas sin fundas, colillas de cigarros y cenizas por el suelo, algún rastro de droga o de alcohol, en fin, cosas así, anzuelos de la prensa, de la literatura, de la realidad.

Lo importante es lo otro. Ni la prensa, ni la literatura, ni la realidad. Lo importante fue lo que yo vi. Una crónica de apenas quinientas o seiscientas palabras, una esquela mortuoria, una poética premonición, ligera, huidiza, como era de esperar. Inapresable incluso dentro de Internet, que ya es, de por sí, bastante volátil.

Quizás Amy decidió por si sola ingresar a tan selecto club, pero no lo creo. Dicho literalmente, ya estaba escrito. Si alguno de ellos entró por voluntad propia, ese fue Kurt Cobain, quien se pegó un tiro en la cabeza, a principios de abril. Poco importa el año, porque abril “es el mes más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera”. Pero semejante hipótesis también es rebatible.

Alguien debió haber escrito o dicho alguna vez, de modo irrevocable, que el líder de Nirvana terminaría así, volándose el cerebro, en su casa de Seattle, dejando a su paso legendarias canciones y una brevísima y acertada nota de suicidio. Cualquier derroche, con la muerte delante, es una fatuidad.

Probablemente, con la pérdida de Amy Winehouse, el autor de la crónica, el escurridizo periodista cubano, se decida a publicarla en un medio importante. Quizás no. En cualquier caso, ya resulta intrascendente. Si sale, será otra impostura de la prensa. Una crónica que no se ha escrito, pero que lamentablemente se escribirá.

Como tantas otras muertes. Como Borges, de astucia solo comparable a la de Milton u Homero, porque no entregó su vida, sino su vista, y eso cuando ya no le quedaba nada por leer. Como Shakespeare y Cervantes, que decidieron largarse de la tierra el mismo día, en el mismo año, tal vez a la misma hora. Un acuerdo tácito, intraducible, entre los dos escritores más excelsos de sus respectivas lenguas.

Quizás tuvieran, coincidentemente, un pacto con el diablo, al igual que Robert Johnson, el lejano guitarrista de blues muerto en 1938, justo con 27 años, por causas aún desconocidas. Johnson firmó su contrato e hizo entrega formal de su alma en el cruce de la autopista 61 con la 49, en Clarksdale, Missisipi. Luego lo cantó en temas como Crossroads y Me and devil blues, por eso me parece un farsante, un simulador demasiado pretencioso.

Amy Winehosue, en cambio, no era una farsante, y su pacto lo firmó en junio pasado, tras cancelar su gira por Europa, luego de una escandalosa presentación en Serbia, donde fue abucheada por 20 000 personas, un sábado en la noche, bajo las luces de Belgrado, mientras se tambaleaba en el escenario y mascullaba pedazos de canciones, mientras se le escapaba tristemente la voz.

Los medios no lo dirán, y la crónica que desde hace dos años fijó su muerte tampoco lo dijo. No habrá señal alguna. Pero yo sé que Amy Winehouse leyó, aunque sea con los poros, el Fausto de Goethe, un libro poco recomendable, y que no pienso enfrentar.

Es mejor la Biblia, porque lo predice todo, hasta estos soplos finales, y porque es un texto noble, salvador, el único libro, la única crónica y la única música a la que uno no tiene que ponerle la fe.

Fonte: http://www.cubadebate.cu/
          Amy Winehouse, almas delirantes


Tendo em vista, a polêmica das drogas, cumpre refletirmos sobre o assunto. Eis que, diante de uma sociedade individualista, competitiva, consumista, aonde estão ausentes os principais valores éticos. Sociedade esta, nos moldes na qual vivemos atualmente, jovens perdem a referência e são presas fáceis ao mundo das fantasias para escapar das desilusões.

A realidade é dura e angustiante, por isso lançamos mão de escapes, através da arte, das drogas lícitas ou ilícitas, da ideologia ou da religião. Não é à toa que shows, bares, templos e comitês vivem lotados.

Encontrei na Ideologia e Solidariedade meus remédios para as angústias da minha alma. Mas, também vale um bom vinho e um whisky que não sou de ferro. Mas, nada que possa me tirar do controle. Conforme, matéria publicada anteriormente, vide:  

http://aclaudiagarcia.blogspot.com/2011/06/ideologia-e-solidariedade-remedios-da.html


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